Durante un tiempo Blanco y sus amiguitos estuvieron situados encima de un mueble usado para guardar la ropa de un bebé. Era un lugar estratégico, difícil de alcanzar por una niña de no más de un metro de estatura. Celia ya con un año y medio de edad hacía lo posible por coger las figuritas de plastilina pero, como no eran aptas para una niña tan pequeña, su mamá decidió guardarlas dentro en una caja de cartón y colocarla con los demás juguetes en un armario.
A partir de ese momento la pequeña aprovechaba cualquier oportunidad para hacerse con la caja. Entonces su mamá empezó a escribir. En un diario contó las anécdotas de su hija y sus propias inquietudes: convertir un perro de plastilina en un juguete. Quería expresar todo, cada hora, cada minuto, cada segundo... Siempre pensando en su hija porque era su inspiración.
Los deseos de mejorar
constantemente hicieron que empezara a reflexionar sobre ella misma. Se atrevió
a escribir un breve resumen de su pasado. Fue honesta y luchó contra sus
propios miedos para mostrar la realidad.
No fue suficiente
sentir, pues debía escribir. Se acerró a su gran aliada: la paciencia. Descubrió sus
habilidades para crear relatos breves. No permitió dejarse llevar por lo
fácil y lo cómodo. Creyó en lo que
escribía y en su propia valía. Se reencontró con sí misma. Y por fin... ¿Qué te
gustaría ser de mayor?, dejó de ser su pregunta tormento.
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